martes, 31 de mayo de 2011

Gotas

La lluvia cae. No recordaba noche más bella que la que vivo en estos momentos. El viento me susurraba tu nombre, las gotas de lluvia pintaban tu rostro, los truenos me gritaban “!Hazlo ya!” y mi corazón se iluminaba con cada relámpago reflejado en tu ser.

Recuerdo que así fue la primera vez que te besé, en un típico cliché de película en la que los dos enamorados bajo la lluvia primaveral se besan como si no lo fueran a hacer otra vez. Tus ojos...que lindos los recuerdo. Una mirada indescriptible, hermosa, que me mostraban el bello ser que está en tu interior. Tus manos, suaves y tersas en mi rostro, tu cuerpo apretado al mío, haciendo que dos personas que éramos nos volviéramos un solo ser apasionado bajo la lluvia.

Esa misma noche corrimos todo el camino a casa. Nos mojamos. No nos importó. El mundo no veía como dos completos raros bajo tal tormentón. No nos importó. Pisamos charcos, resbalamos un par de veces, e incluso casi me atropella aquel Ford 32 convertible rojo. No nos importó. En cada esquina nos deteníamos y cada parada era un beso cada vez más y más profundo. No nos importó. Eran las 10, las 11, las 12 de la noche, no me importaba la hora. Yo estaba  a tu lado. Estaba contigo. Nada me hacía más feliz. Feliz. Nunca lo fui tanto como aquella noche. Nunca lo pensé así.

Era un 14 de enero. Tu pintabas un hermoso bodegón de manzanas y una botella de vino, mientras que yo me perdía en tu rostro. El profesor Riftside me gritaba que cómo era posible que una buena obra como aquella que pintaba se echaba a perder por un enorme rayón negro que accidentalmente hice con el pincel de pelo de Martha mientras tu entrabas aquel día al aula. No lo escuche. Tu ser, tu belleza, tus ojos, tú me idiotizaste esa mañana, ese día, esa semana y toda la vida.

Otro relámpago cayó. Estábamos en una esquina diferente. Más cerca de nuestro destino a pesar de que no tuviéramos a donde llegar. Otro relámpago y estaba ya en la tienda de la señorita Harris comprando el último sombra que quedaba para poder teminar mi obra cuando llegaste y por primera vez tus bellos ojos negros se fijaron en mi. Y tu sonrisa. Cómo detesté ver que se rompía cuando la señorita Harris te decía que yo tenía el último sombra y amé ver como regresaba a ti en el momento en el que te lo regalé. No voy a acabar mi cuadro. Pero no me importaba al verte feliz. Y el cliché volvió a aparecer.

Se escuchó un trueno. Brincaste y casi caes, lo recuerdo. Corríamos por la primera y la quinta en dirección al parque Willis, ese pequeño jardín. Que alegría me da. Era un día soleado. Salimos juntos de la clase después de que el señor Riftside me gritó hasta sacar su canceroso pulmón de su ser, y todo por la sombra. Caminamos al parque Willis, era ya una calurosa tarde de abril. En la entrada vendían unos ricos conos. Todavía recuerdo cuando el calor derribó el tuyo en mi chaqueta nueva y toda roja me pedías perdón y yo solo reía.

Un camión paso casi rosándonos. De la que nos salvamos. Recuerdo esa mañana de mayo en la que te invité al nuevo cinema del pueblo. Exhibían el nuevo film de Curtiz, “Casablanca”. Me sentía nervioso aquella mañana cuando te hice la propuesta. Fue hasta que salimos del cine a la mitad del tromentón cuando me di cuenta de lo que pasaba y que mi felicidad no tenía palabras para expresarse. Y se repitió el cliché.

Pero la noche fue corta para ti. Ahora estoy aquí en el cementerio frente a tu pequeño último hogar. Mi ser no puede con el llanto, ya no puedo más. Me arrepiento de mi vida, ya no quiero vivir más con el estúpido remordimiento de ni si quiera haberte podido decir “Hola” ni poderte invitar al cine. Me hice adicto a ti. Recuerdo como Smith fue reprimido por el profesor la primera vez que entraste al salón. El compraba el ultimo sombra cuando ya tenía uno para regalarte y no tuve oportunidad de decirtelo. Te esperaba por un café aquel día en que te ví saliendo del aula con Smith a tu lado riendo a más no poder y el señor Riftside me reprendía por haber faltado ese día a clase y me sentía un idiota con el ramo de rosas en la mano. Cuando tomé valor esa mañana me acercaba hacia ti y te vi sonriente, cuando llego Smith por mi derecha de la nada y sólo vi como lo abrazabas cuando te propuso ir al cinema. Mi adicción me hizo seguirlos y estuve parado bajo la lluvia cuando salían de aquel cinema. Ustedes reían mientras yo me partía con cada rayo que caía cada vez que en las esquinas se detenían.

Puro cliché vi esa noche porque sólo ustedes, dos personas externas a mí lo podían vivir así como solo los actores los generan. No podía con mi ser en el momento en el que la camioneta que venía atrás del camión se llevó a mi felicidad con ella. Ya no despertabas, y nunca más lo harás. La misma lluvia que pintaba fue la misma que se llevó mi felicidad, y es la misma en la que estoy frente a ti. Hablando al fin, después de tanto esperar, y ahora formo parte de una obra que el tiempo poco a poco ha de borrar...

No hay comentarios: